Nacido en Chile en 1947, Selarón fue un artista errante. Viajó por más de 50 países hasta que un día, como si el destino lo llamara con samba, llegó a Río y no se fue más. Se instaló frente a una vieja escalera que unía los barrios de Lapa y Santa Teresa, y decidió hacer de ese rincón su lienzo.

Todo comenzó como una obsesión personal, casi un acto terapéutico: embellecer los desgastados escalones frente a su casa. Pero el proyecto creció, como crecen las pasiones auténticas. Usó azulejos de colores, sobre todo rojos, que recolectaba, compraba o recibía de visitantes. Muchos tenían diseños traídos de distintas partes del mundo. Otros, llevaban su firma personal: una figura femenina embarazada que, según él, representaba “un problema de su pasado”.

La escalera tiene hoy más de 215 peldaños y más de 2000 azulejos de más de 60 países. Es un ícono del arte urbano mundial. Pero más allá de la postal turística, es una obra viva. Una declaración de amor de Selarón a Brasil. “Es mi homenaje al pueblo brasileño”, repetía.

En 2013, Selarón fue hallado sin vida en su escalera. Muchos aún lo ven ahí, brotando de los azulejos. Porque a veces, algunos artistas se vuelven parte de sus obras. Y Jorge Selarón lo fue. Con pinceladas de fuego y pasión, dejó su alma en cada paso.