El ritual comienza con un ascenso solemne: cinco hombres trepan lentamente por un poste de madera de más de 30 metros de altura, mientras el público contiene la respiración. Arriba, el viento sopla fuerte y el silencio se rompe solo con el sonido del tambor y la flauta del caporal, que invitan a mirar hacia lo sagrado.

Entonces llega el momento: cuatro de ellos se lanzan al vacío, atados por sogas que se desenrollan poco a poco. Giran en círculos hasta llegar al suelo, representando la caída de la lluvia, la fertilidad de la tierra y la conexión entre cielo y mundo terrenal.

Este ritual es una danza prehispánica que se practica desde hace más de 2.500 años y se transmite de generación en generación. En Cuetzalan, hay familias que se preparan desde la infancia para convertirse en voladores, aprendiendo no solo la destreza física sino también el profundo sentido espiritual del vuelo.

La ceremonia no estaría completa sin los hombres-águila, que acompañan con alas y tocados vistosos. Ellos simbolizan a las aves que median entre el mundo humano y el divino, recordando que la naturaleza es el centro de esta cosmovisión.

No por nada la UNESCO declaró a la Danza de los Voladores como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad: no es un simple espectáculo, sino un testimonio vivo de una tradición que resiste al paso del tiempo.

Asistir en Cuetzalan a este ritual es dejarse envolver por la magia del pueblo: la neblina que baja de la sierra, los colores del mercado cercano y, de fondo, la imagen de hombres volando como si el tiempo se hubiera detenido.

Tips para vivir la experiencia en Cuetzalan
✨ ¿Dónde verla? En la plaza principal, frente a la parroquia de San Francisco de Asís.
🗓️ ¿Cuándo ir? Todo el año, aunque en octubre brilla durante la Feria del Café y el Huipil.
📸 Mejor momento: A media mañana o al atardecer, con buena luz para las fotos.
☕ Extra: No te vayas sin probar el café local y recorrer las callecitas empedradas del pueblo.