En el corazón de Argentina, la provincia de Córdoba guarda un tesoro poco conocido por muchos viajeros: el Camino de las Estancias Jesuíticas. Este circuito histórico y cultural declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2000 es una joyita para quienes aman la historia, la arquitectura colonial y los paisajes serranos.
La Compañía de Jesús llegó a estas tierras en el siglo XVII con un plan ambicioso: evangelizar, educar y generar un modelo de producción sostenible. Así nacieron las estancias jesuíticas, un conjunto de establecimientos rurales que funcionaban como centros productivos, religiosos y educativos. Hoy, ese legado se conserva en seis puntos clave que se pueden visitar.

¿Cuáles son las estancias?
- Manzana Jesuítica (Córdoba Capital): El punto de partida. Incluye la iglesia de la Compañía, la Universidad y el Colegio Nacional de Monserrat.
- Estancia de Jesús María: A 50 km al norte. Conserva la iglesia, el museo y los antiguos galpones.
- Estancia de Caroya: A solo 4 km de Jesús María. Fue la primera y está ligada a la producción vitivinícola.
- Estancia Santa Catalina: A 70 km de Córdoba. Un verdadero tesoro barroco entre montañas.
- Estancia La Candelaria: Algo más alejada, a 220 km, en las sierras del sur. Ideal para una escapada de fin de semana.
- Estancia Alta Gracia: A 36 km al suroeste de Córdoba. Se puede combinar con una visita a la casa museo del Che Guevara.
¿Cómo recorrerlas?
Podés hacerlo en auto particular (el camino es asfaltado en casi todos los tramos), contratando excursiones desde Córdoba Capital o incluso combinando tramos en colectivo y taxi. Las estancias están bien señalizadas y cada una tiene su cartel explicativo.

¿Cuándo ir?
La mejor época es primavera (septiembre a noviembre) y otoño (marzo a mayo), cuando las temperaturas son suaves y el paisaje serrano se luce. En verano hace calor, pero todo sigue abierto. En invierno puede ser fresco, pero con menos gente.
¿Por qué vale la pena?
Porque no es solo un paseo por el pasado: es una forma distinta de conocer Córdoba, de entender su cultura, y de conectar con la historia desde lugares auténticos y muy bien conservados. Además, es ideal para sacar fotos, disfrutar de paisajes, conocer gente del lugar y —por qué no— tomarse un buen vino en las bodegas de Caroya.